jueves, 3 de febrero de 2011

Vía Matrix

“LOS SIETE DOLORES DE MARIA SANTISIMA”
INTRODUCCIÓN
Así como en el plan salvífico de Dios (cfr. Lc 2,34-35) están asociados Cristo crucificado y la Virgen dolorosa, también los están en la Liturgia y en la piedad popular.
Como Cristo es el "hombre de dolores" (Is 53,3), por medio del cual se ha complacido Dios en "reconciliar consigo todos los seres: los del cielo y los de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col 1,20), así María es la "mujer del dolor", que Dios ha querido asociar a su Hijo, como madre y partícipe de su Pasión (socia Passionis).
Desde los días de la infancia de Cristo, toda la vida de la Virgen, participando del rechazo de que era objeto su Hijo, transcurrió bajo el signo de la espada (cfr. Lc 2,35). Sin embargo, la piedad del pueblo cristiano ha señalado siete episodios principales en la vida dolorosa de la Madre y los ha considerado como los "siete dolores" de Santa María Virgen.
Así, según el modelo del Vía Crucis, ha nacido el ejercicio de piedad del Vía Matris dolorosae, o simplemente Vía Matris, aprobado también por la Sede Apostólica. Desde el siglo XVI hay ya formas incipientes del Vía Matris, pero en su forma actual no es anterior al siglo XIX. La intuición fundamental es considerar toda la vida de la Virgen, desde el anuncio profético de Simeón (cfr. Lc 2,34-35) hasta la muerte y sepultura del Hijo, como un camino de fe y de dolor: camino articulado en siete "estaciones", que corresponden a los "siete dolores" de la Madre del Señor.
El ejercicio de piedad del Vía Matris se armoniza bien con algunos temas propios del itinerario cuaresmal. Como el dolor de la Virgen tiene su causa en el rechazo que Cristo ha sufrido por parte de los hombres, el Vía Matris remite constante y necesariamente al misterio de Cristo, siervo sufriente del Señor (cfr. Is 52,13-53,12), rechazado por su propio pueblo (cfr. Jn 1,11; Lc 2,1-7; 2,34-35; 4,28-29; Mt 26,47-56; Hech 12,1-5). Y remite también al misterio de la Iglesia: las estaciones del Vía Matris son etapas del camino de fe y dolor en el que la Virgen ha precedido a la Iglesia y que esta deberá recorrer hasta el final de los tiempos.
El Vía Matris tiene como máxima expresión la "Piedad", tema inagotable del arte cristiano desde la Edad Media. (Directorio de Piedad Popular NN 136-137)

PRIMER DOLOR
“La Profecía de Simeón”

Primer Dolor

Presidente: Con María, Madre del dolor.

Todos: Adoramos tu cruz,  Señor

Lectura Bíblica:
Lectura tomada del Evangelio de San Lucas (2, 22-35)


“Cuando se cumplieron los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, como prescribe la ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor. Ofrecieron también en sacrificio, como dice la ley del Señor: un par de palomas o dos pichones.
Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el Señor. Vino, pues, al templo, movido por el espíritu y, cuando sus padres entraban con el niño Jesús para cumplir lo que mandaba la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y bendijo a Dios diciendo:
Ahora, Señor, según tu promesa,
puedes dejar que tu siervo
muera en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador,
a quien has presentado
ante todos los pueblos,
como luz para iluminar a las naciones
y gloria de tu pueblo Israel.
Su padre y su madre estaban admirados de las cosas que se decían de él. Simeón los bendijo y dijo a María, su madre: - Mira, este niño hará que muchos caigan o se levanten en Israel. Será signo de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el corazón; así quedarán al descubierto las intenciones de muchos”

Reflexión:

¿Quién es ese Dios fuerte que entra en el templo? Es un niño; es el niño Jesús, en los brazos de su madre, la Virgen María. La Sagrada Familia cumple lo que prescribía la Ley: la purificación de la madre, la ofrenda del primogénito a Dios y su rescate mediante un sacrificio. (…) la liturgia habla del oráculo del profeta Malaquías: "De pronto entrará en el santuario el Señor"  Estas palabras comunican toda la intensidad del deseo que animó la espera del pueblo judío a lo largo de los siglos. Por fin entra en su casa "el mensajero de la alianza" y se somete a la Ley: va a Jerusalén para entrar, en actitud de obediencia, en la casa de Dios.

(…)

La primera persona que se asocia a Cristo en el camino de la obediencia, de la fe probada y del dolor compartido, es su madre, María. El texto evangélico nos la muestra en el acto de ofrecer a su Hijo: una ofrenda incondicional que la implica personalmente:  María es Madre de Aquel que es "gloria de su pueblo Israel" y "luz para alumbrar a las naciones", pero también "signo de contradicción". Y a ella misma la espada del dolor le traspasará su alma inmaculada, mostrando así que su papel en la historia de la salvación no termina en el misterio de la Encarnación, sino que se completa con la amorosa y dolorosa participación en la muerte y resurrección de su Hijo. Al llevar a su Hijo a Jerusalén, la Virgen Madre lo ofrece a Dios como verdadero Cordero que quita el pecado del mundo; lo pone en manos de Simeón y Ana como anuncio de redención; lo presenta a todos como luz para avanzar por el camino seguro de la verdad y del amor.
Peticiones:

Invoquemos a Dios por intercesión de María, a quién el Señor colocó por encima de todas las creaturas celestiales y terrenas, diciendo:

        Contempla, Señor, a la Madre de tu Hijo y escúchanos.

Haz que nuestros ojos estén siempre levantados hacia ti, para que respondamos con presteza a tus llamados.

Con María, oremos:
        Contempla, Señor, a la Madre de tu Hijo y escúchanos.

Defiéndenos de los engaños y seducciones del mal, y presérvanos de todo pecado.

Con María, oremos:
        Contempla, Señor, a la Madre de tu Hijo y escúchanos.

Padre de Misericordia, te damos gracias porque nos has dado a María como madre y ejemplo; santifícanos por su intercesión.

Con María, oremos:
        Contempla, Señor, a la Madre de tu Hijo y escúchanos.

Oración:
Madre nuestra, al Hijo, que concebiste por obra del Espíritu Santo, ahora en el templo, llena de anhelos de Redención y con tu mirada maternal fija en nosotros, lo devuelves al Padre regalándolo sin reservas.

Al igual que tú, Dioconisa de la Ofrenda, entrego por los hombres aquello que más amo.

Amén
Padrenuestro, Tres Avemarías, Gloria al Padre.
SEGUNDO DOLOR
“La Huida a Egipto”

Segundo Dolor
Presidente: Con María, Madre del dolor.

Todos:
Adoramos tu cruz,  Señor

Lectura Bíblica:
Lectura tomada del Evangelio de San Mateo (2, 13-15)


“Después que partieron los Magos, el Ángel del Señor se le apareció en sueños a José y le dijo:
-    Levántate, toma al niño y a su madre, y huye a Egipto. Quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes buscará al niño para matarlo.

José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre y se retiró a Egipto.
Permaneció allí hasta la muerte de Herodes. De este modo se cumplió lo que había dicho el Señor por boca del profeta: Yo llamé de Egipto a mi hijo.”

Reflexión:
José oyó estas palabras en sueños. El ángel le había dicho que huyera con el Niño, porque se cernía sobre él un peligro mortal. El pasaje evangélico que acabamos de leer nos informa de que atentaban contra la vida del Niño. En primer lugar, Herodes, pero también todos sus seguidores. De este modo, la liturgia de la palabra guía nuestro pensamiento hacia el problema de la vida y de su defensa. José de Nazaret, que salvó a Jesús de la crueldad de Herodes, se nos presenta en este momento como un gran promotor de la causa de la defensa de la vida humana, desde el primer instante de la concepción hasta su muerte natural. Por eso, queremos, en este lugar, encomendar a la divina Providencia y a san José la vida humana, especialmente la de los niños por nacer, en nuestra patria y en el mundo entero. La vida tiene un valor inviolable y una dignidad irrepetible, (…), todo hombre está llamado a participar en la vida de Dios. San Juan escribe: «Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3, 1).
Con los ojos de la fe podemos descubrir con especial claridad el valor infinito de todo ser humano. El Evangelio, al anunciar la buena nueva de Jesús, trae también la buena nueva del hombre, de su gran dignidad; enseña la sensibilidad con respecto al hombre, a todo hombre, que, por estar dotado de un alma espiritual, es «capaz de Dios». La Iglesia, cuando defiende el derecho a la vida, apela a un nivel más amplio, a un nivel universal que obliga a todos los hombres. El derecho a la vida no es una cuestión de ideología; no es sólo un derecho religioso; se trata de un derecho del hombre. ¡El derecho más fundamental del hombre! Dios dice: «¡No matarás! » (Ex 20, 13). Este mandamiento es, a la vez, un principio fundamental y una norma del código moral, inscrito en la conciencia de todo hombre.

Peticiones:

Oremos con María, la mujer con el Magnificat en los labios a Cristo el Hijo amado del Padre, y supliquémosle diciendo:

        El Señor hizo en mí maravillas, Santo es mi Dios.


Señor Jesús, haz que mientras vivimos aún en este mundo que pasa anhelemos la vida eterna y por la fe, la esperanza y el amor vivamos ya contigo en tu reino.

Con María, oremos:
El Señor hizo en mí maravillas, Santo es mi Dios.


Señor, padre de todos, queremos,  encomendarte hoy  la vida humana, especialmente la de los niños por nacer, en nuestra patria y en el mundo entero.

Con María, oremos:
El Señor hizo en mí maravillas, Santo es mi Dios.


Que vivamos siempre arraigados en la fe, esperanza y caridad a fin de siempre y en todo lugar podamos ser testigos que la vida tiene un valor inviolable y una dignidad irrepetible

Con María, oremos:
El Señor hizo en mí maravillas, Santo es mi Dios.


Oración:

Madre Admirable, llena de amor tomas al niño en tus brazos, y obediente en el dolor te dejas conducir por José, tu fiel custodio.

Permítenos que como tú, no  dejemos guiar por la Providencia del Padre, aún en los caminos más oscuros de la vida

Amén
Padrenuestro, Tres Avemarías, Gloria al Padre.

TERCER DOLOR
“El Niño Perdido en el Templo”
Tercer Dolor
Presidente: Con María, Madre del dolor.
Todos: Adoramos tu cruz,  Señor

Lectura Bíblica
Lectura tomada del Evangelio de San Lucas (2, 41-50)

“Los Padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua y, cuando cumplió doce años, fue también con ellos para cumplir con este precepto. Al terminar los días de la fiesta, mientras ellos regresaban, el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que José lo supiera, ni tampoco su Madre. Creyendo que se hallaba en el grupo de los que partían, caminaron todo un día y, después, se pusieron a buscarlo entre todos sus parientes y conocidos.
Pero, como no lo hallaron, prosiguiendo su búsqueda, volvieron a Jerusalén.
Después de tres días lo hallaron en el Templo, sentado  en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas.
Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Al encontrarlo, se emocionaron mucho y su madre le dijo: - Hijo, ¿por qué te has portado así? Tu padre y yo te buscábamos muy preocupados.
Él les contestó: ¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?.
Pero ellos no comprendieron lo que les acaba de decir. Volvió con ellos a Nazaret, donde vivió obedeciéndoles. Su madre guardaba fielmente en su corazón todos estos recuerdos.”

Reflexión:
Contemplamos a María que, solícita y preocupada, busca a Jesús, perdido durante la peregrinación a Jerusalén. (…)  San Lucas lo describe de forma muy emotiva, gracias a las noticias recibidas, como es de suponer, de la Madre de Jesús: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? (...) Angustiados, te andábamos buscando». María, que había llevado a Jesús junto a su corazón y lo había protegido de Herodes huyendo a Egipto, confiesa humanamente su gran preocupación por su Hijo. Sabe que debe estar presente en su camino. Sabe que mediante el amor y el sacrificio colaborará con él en la obra de la redención. Así entramos en el misterio del gran amor de María a Jesús, del amor que abraza con su Corazón inmaculado al Amor inefable, el Verbo del Padre eterno.

Encuentran a Jesús los que lo buscan, como lo buscaban María y José. Este acontecimiento ilumina la gran tensión presente en la vida de todo hombre: la búsqueda de Dios. Sí, el hombre busca verdaderamente a Dios; lo busca con su mente, con su corazón y con todo su ser.
Peticiones:

Al recordar los dolores que la Madre de tu hijo experimentó, te pedimos que extiendas los beneficios de tu redención a todos los hombres y te suplicamos diciendo:

Mira, Señor, el Sagrado Corazón de María y escúchanos.

Tú que quisiste que María meditara tus palabras, guardándolas en su corazón, y fuera siempre fidelísima hija tuya, por su intercesión haz que también nosotros seamos de verdad hijos tuyos y discípulos de tu hijo.

Con María, Oremos
Mira, Señor, el Sagrado Corazón de María y escúchanos.


Haz, Señor, que tu Iglesia tenga un solo corazón y una sola alma por el amor, y que todos los fieles perseveren unánimes en la oración con María, la madre de Jesús.

Con María, Oremos
Mira, Señor, el Sagrado Corazón de María y escúchanos.

Que todos los días sepamos dar buen testimonio del nombre cristiano y ofrezcamos cada jornada como un culto espiritual agradable al padre.

Con María, Oremos
Mira, Señor, el Sagrado Corazón de María y escúchanos.

Oración:
Querida Madre, para preparar tu corazón a más grandes sacrificios, permite el Señor que sufras en Jerusalén.

Para que un día puedas estar de pie junto a la cruz, debe ahora actuar contigo tan duramente.

Permanecemos tranquilos cuando Dios quiere formarnos como instrumentos para la redención del mundo.

Amén
Padrenuestro, Tres Avemarías, Gloria al Padre.
CUARTO DOLOR
“María se encuentra con Jesús camino al Calvario”

Cuarto Dolor
Presidente: Con María, Madre del dolor.

Todos: Adoramos tu cruz,  Señor

Lectura Bíblica
Lectura toma del Evangelio de San Lucas (23, 27-31)


“Lo seguía muchísima gente, especialmente mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
Jesús, volviéndose hacia ella les dijo: - Hijas de Jerusalén, no lloren por mí. Lloren más bien por ustedes mismas y por sus hijos. Porque está por llegar el día en que se dirá: Felices las madres sin hijos, felices las madres que no dieron a luz ni a amamantaron.
Entonces se dirá: ¡Ojalá los cerros caigan sobre nosotros! ¡Ojalá que las lomas nos ocultarán! Porque si así tratan al árbol verde, ¿qué harán con el seco?.”

Reflexión:

Jesús acepta los gestos de caridad de esas mujeres, como en otras ocasiones había aceptado otros gestos delicados. ( Es una larga lista de mujeres que testimonian ante un mundo árido y cruel el don de la ternura y de la conmoción, como hicieron por el hijo de María al final de aquella mañana de Jerusalén. Esas mujeres nos enseñan la belleza de los sentimientos: no debemos avergonzarnos de que nuestro corazón acelere sus latidos por la compasión, de que a veces resbalen las lágrimas por nuestras mejillas, de que sintamos la necesidad de una caricia y de un consuelo)  Pero paradójicamente ahora es él quien se interesa por los sufrimientos que afectan a esas «hijas de Jerusalén»: «No lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos». En efecto, está a punto de estallar un incendio sobre el pueblo y sobre la ciudad santa, «un leño seco» preparado para atizar el fuego.
La mirada de Jesús se desliza hacia el futuro juicio divino sobre el mal, sobre la injusticia, sobre el odio que están alimentando ese fuego. Cristo se conmueve por el dolor que va a caer sobre esas madres cuando irrumpa en la historia la intervención justa de Dios. Pero sus estremecedoras palabras no indican un desenlace desesperado, porque su voz es la voz de los profetas, una voz que no engendra agonía y muerte, sino conversión y vida: «Buscad al Señor  y viviréis... Entonces se alegrará la doncella en el baile, los mozos y los viejos juntos, y cambiaré su duelo en regocijo, y los consolaré y alegraré de su tristeza».
.

Peticiones:

Invoquemos al Padre de nuestro Señor Jesucristo que quiso que todas las generaciones llamarán a María la “Bienaventurada” y supliquémosle diciendo:

        Vencedora del demonio, ruega por nosotros.

Que todos los que llevamos el nombre de cristianos sepamos vivir de acuerdo a lo que este nombre significa y ofrezcamos nuestra propia vida para vencer las tentaciones del demonio.

Con María, oremos:
        Vencedora del demonio, ruega por nosotros.


Enséñanos, Señor, vivir de tal manera que el morir sea fácil como corresponde a un heredero del cielo.

Con María, oremos:
        Vencedora del demonio, ruega por nosotros.


Cristo, Señor del cielo y tierra que junto con tu madre sigues librando la batalla contra el antiguo dragón. Haz que sepamos unirnos a ti y demos el “buen combate de la fe” en la lucha por la santidad de cada día.

Con María, oremos:
        Vencedora del demonio, ruega por nosotros.


Oración:

Presentaré tu sangre, Señor, al Padre como ofrenda; quiera él acordarse de los dolores de nuestra Madre, tomarme a mi como víctima de propiciación y cambiar así el rigor de su parecer justiciero.

Amén
Padrenuestro, Tres Avemarías, Gloria al Padre.
QUINTO DOLOR
“Jesús muere en la Cruz”

Quinto Dolor
Presidente: Con María, Madre del dolor.

Todos: Adoramos tu cruz,  Señor

Lectura Bíblica
Lectura Tomada del Evangelio de San Juan (19, 17ss)


“Ellos se apoderaron de Jesús; él mismo llevaba la cruz a cuestas y salió a un lugar llamado la Calavera, que en hebreo se dice Gólgota. Allí lo crucificaron, y con él a otros dos, uno a cada lado y en el medio a Jesús.

Junto a la Cruz de Jesús estaba su madre, la hermana de su madre, María, esposa de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, al ver a la Madre, y junto a ella el discípulo que más quería, dijo a la madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Después dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre.” Desde ese momento, el discípulo se la llevó a su casa.
Después de eso, sabiendo Jesús que ya todo se había cumplido, dijo: “Tengo sed.” Y con esto también se cumplió la profecía.
Había allí un jarro lleno de vino agridulce. Pusieron en una caña una esponja llena de esa bebida y la acercaron a sus labios. Cuando hubo probado el vino, Jesús dijo: “todo esta cumplido.” Inclinó la cabeza y entregó el espíritu.”

Reflexión:
Había comenzado a desprenderse de aquel Hijo desde el día en que, a los doce años, él le había dicho que tenía otra casa y otra misión que realizar, en nombre de su Padre celestial. Sin embargo, ahora para María ha llegado el momento de la separación suprema. En esa hora está el desgarramiento de toda madre que ve alterada la lógica misma de la naturaleza, por la que son las madres quienes mueren antes que sus hijos. Pero el evangelista san Juan borra toda lágrima de aquel rostro dolorido, apaga todo grito en aquellos labios, no presenta a María postrada en tierra en medio de la desesperación.
Más aún, reina el silencio, sólo roto por una voz que baja de la cruz y del rostro torturado del Hijo agonizante. Es mucho más que un testamento familiar: es una revelación que marca un cambio radical en la vida de la Madre. Aquel desprendimiento extremo en la muerte no es estéril, sino que tiene una fecundidad inesperada, semejante a la del parto de una madre. Exactamente como había anunciado Jesús mismo pocas horas antes, en la última tarde de su existencia terrena: «La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo.
María vuelve a ser madre: no es casualidad que en las pocas líneas de este relato evangélico aparezca cinco veces la palabra «madre». Por consiguiente, María vuelve a ser madre y sus hijos serán todos los que son como «el discípulo amado», es decir, todos los que se acogen bajo el manto de la gracia divina salvadora y que siguen a Cristo con fe y amor.

Peticiones:

Alabemos las grandezas de Dios Padre Todopoderoso, que quiso que la Santísima Virgen María, Madre de Jesús, sea también nuestra Madre y supliquémosle diciendo:

Madre de Jesús y Madre nuestra, ruega por nosotros.

Tú que aceptaste siempre la voluntad de Dios Padre, ayúdanos a nosotros madre nuestra a cumplir de corazón misión que el Padre nos encomienda.

Con María oremos:
Madre de Jesús y Madre nuestra, ruega por nosotros.

Tú que nos llamas a la reconciliación por medio de tu hijo tan amado haz que por su muerte y resurrección alcancemos gracia y santidad.

Con María oremos:
Madre de Jesús y Madre nuestra, ruega por nosotros.

Tú que nos entregaste a María, como Madre de Jesús y madre nuestra, concédenos ser dóciles a la conducción del Espíritu en nuestras vidas.

Con María oremos:
Madre de Jesús y Madre nuestra, ruega por nosotros.

Oración:

Señor Jesús, siempre quiero decidirme con lúcida libertad; solo la obediencia guiará mi amor.

Mirar con amor tu Cruz me sirva cada vez para no confiar más en el dinero y en lo bines materiales, y poder así con facilidad, entregarme totalmente a ti y a maría madre, con el corazón y el pensamiento.
Amén.
Padrenuestro, Tres Avemarías, Gloria al Padre.

SEXTO DOLOR
“María recibe el cuerpo de Jesús al ser bajado de la Cruz”
Sexto Dolor
Presidente: Con María, Madre del dolor.

Todos:
Adoramos tu cruz,  Señor

Lectura Bíblica
Lectura tomada del Evangelio de San Marcos (15, 42-46)


“Había caído la tarde y, como era la víspera del sábado, alguien tuvo la valentía de ir donde Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús. Era José, del pueblo de Arimatea, miembro respetable del Consejo Supremo, que esperaba también el Reino de Dios.
Pilato se extrañó de que hubiera muerto, y llamó al capitán para saber si realmente era así.
Él lo confirmó, y Pilato entregó el cuerpo de Jesús. José bajo el cuerpo de la cruz y lo envolvió en una sábana que había comprado. Después de ponerlo en un sepulcro que estaba cavado en la roca, hizo rodar una piedra grande a la entrada de la tumba”.

Reflexión:
Muriendo en aquel patíbulo, mientras su respiración de apaga, Jesús no deja de ser el Hijo de Dios. En aquel momento todos los sufrimientos y las muertes son atravesadas y poseídas por la divinidad, son impregnadas de eternidad; en ellas queda depositada una semilla de vida inmortal, brilla un rayo de luz divina.
La muerte, entonces, aun sin perder su perfil trágico, muestra un rostro inesperado, tiene los mismos ojos del Padre celestial. Por esto Jesús, en aquella hora extrema, reza con ternura: «Padre, en tus manos entrego mi espíritu». A esa invocación nos unimos también nosotros a través de la voz poética y orante de una escritora:
«Padre, que tus dedos también cierren mis párpados.
Tú, que eres mi Padre, vuélvete a mi también como tierna Madre,
a la cabecera de su niño que duerme.
Padre, vuélvete a mí y acógeme en tus brazos».
Peticiones:

Presentemos nuestra vida, todo lo que somos y tenemos, ante el Sagrado Corazón de nuestra Madre la Virgen María y supliquémosle al padre de los cielos diciendo:

        Hijo de la Virgen María, escúchanos.

Señor, Dios nuestro, admirable siempre en tus obras, que haz querido que la inmaculada Virgen María participara en tu obra redentora, haz que todos tus hijos, tomados de su mano, deseen y caminen hacia esta misma gloria.

Con María, oremos
Hijo de la Virgen María, escúchanos.


Señor, Dios nuestro, que de cuyo corazón traspasado surgió la iglesia haz que todos tus hijos, nos reconozcamos como hijos de esta misma Iglesia.

Con María, oremos
Hijo de la Virgen María, escúchanos.


Tú que hiciste del corazón de María, tu madre, sagrario de tu presencia y templo del Espíritu Santo. Haz que quienes hemos experimentado el amor de su corazón, podamos entregar este mismo amor a nuestros hermanos.

Con María, oremos
Hijo de la Virgen María, escúchanos.


Oración:
Señor Jesús, después de vencer la muerte y al Demonio, quieres que te depositen agotado en el regazo maternal de María.
Quiero permanecer fiel como un niño a esa Madre e inscribir su nombre profundamente en los corazones; entonces el dolor que recorre los pueblos surgirá hecho un jubiloso y armonioso canto de redención.

Amén
Padrenuestro, Tres Avemarías, Gloria al Padre.
SEPTIMO DOLOR
“Jesús es colocado en el Sepulcro”
Septimo Dolor
Presidente: Con María, Madre del dolor.

Todos: Adoramos tu cruz,  Señor

Lectura Bíblica:
Lectura tomada del Evangelio de San Juan


“Después de esto, José del pueblo de Arimatea, se presentó a Pilato. Era discípulo de Jesús, pero en secreto, por miedo a los judíos. Pidió a Pilato la autorización para retirar el cuerpo de Jesús, y Pilato se la concedió. Vino y retiró el cuerpo de Jesús.
También vino Nicodemo, el que había ido de noche a ver a Jesús. Trajo como cien libras de mirra perfumada y áloe. Envolvieron el cuerpo de Jesús con lienzos perfumados con esta mezcla de aromas, según la costumbre de enterrar de  los judíos. Cerca del lugar donde crucificaron a Jesús había un huerto, y en el huerto, un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado. Aprovecharon entonces este sepulcro cercano para poner ahí el cuerpo de Jesús, porque estaban en la preparación de la fiesta de los judíos”.

Reflexión:
Envuelto en la sábana funeraria, el «santo sudario», el cuerpo crucificado y martirizado de Jesús se desliza lentamente de las manos compasivas y amorosas de José de Arimatea hasta el sepulcro excavado en la roca. En las horas de silencio que seguirán, Cristo será verdaderamente como todos los hombres que entran en el seno oscuro de la muerte, de la rigidez cadavérica, del fin. Y, sin embargo, en aquel crepúsculo del Viernes Santo, ya se produce un estremecimiento. El evangelista san Lucas nota que «ya brillaban las luces del sábado» en las ventanas de las casas de Jerusalén.
La vigilia de los judíos en sus habitaciones se convierte casi en el símbolo de la espera de aquellas mujeres y de aquel discípulo secreto de Jesús, José de Arimatea, y de los demás discípulos. Una espera que ahora invade con una tonalidad nueva el corazón de todos los creyentes cuando se encuentran ante un sepulcro o incluso cuando sienten que en su interior se posa la mano fría de la enfermedad o de la muerte. Es la espera de un alba diversa, el alba que dentro de pocas horas, pasado el sábado, despuntará ante nuestros ojos de discípulos de Cristo.
A pesar de que mi corazón se deshace en lágrimas cuando Jesús se aleja de mí, su testamento me llena de gozo: Su Carne y su Sangre, ¡oh preciado tesoro!, llegan a mis manos... Quiero entregarte mi corazón, sumérgete en él, Salvador mío. Quiero abandonarme en tus brazos. Si el mundo es pequeño para ti, sé tú sólo para mí más que el cielo y el mundo».

Peticiones:

Oremos al Señor Jesús, que transformará nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo, y digámosle:

        Dueño de la vida y de la muerte, escúchanos.

Cristo salvado, destruye en nuestro cuerpo mortal el dominio del pecado por el que merecimos la muerte, para que obtengamos, como don de Dios, la vida eterna.

Con María, oremos
        Dueño de la vida y de la muerte, escúchanos.

Cristo redentor, mira benignamente a aquellos que, al no conocerte, viven sin esperanza, para que crean también ellos en la resurrección y en la vida del mundo futuro.

Con María, oremos
        Dueño de la vida y de la muerte, escúchanos.

Tú, Señor, que haz dispuesto que nuestra casa terrena sea destruida, concédenos una morada eterna en los cielos.

Con María, oremos
        Dueño de la vida y de la muerte, escúchanos.

Oración:

Señor Jesús, corto tiempo te cubrirá la piedra sepulcral , pronto resucitarás victorioso de la muerte.
Enséñame a creer en los dolores y persecuciones que nada puede arrebatarme tu corona de victoria; haz de nuestra comunidad un instrumento escogido, que con gloria aumente la santa Iglesia militante.

Amén
Padrenuestro, Tres Avemarías, Gloria al Padre.

Oración final

Cruz Santa, a tus pies me rindo y te canto un ardiente himno de gratitud y de júbilo: ¡en ti consumó nuestro Señor la Redención, que nos ha hecho hijos de Dios!

Quiero ponerte en la hondura de mi alegre corazón, y regalarte de continuo mi amor entero; quiero fundar toda mi esperanza de vida en ti, Señor crucificado, y en María, tu Compañera.

Manifieste yo vuestra presencia a los hombres, y así para vosotros los gane; concededme que, combatiendo día a día arriesgue la vida por vosotros, para que vuestro Reino en todas partes logre victoria y ensanche sus confines por todo el universo.
Concededme entregar a los pueblos, como signo de la redención, tu cruz, Jesucristo, y tu imagen, María. ¡que jamás nadie separe lo uno del otro, pues en su plan de amor el padre los concibió como unidad!.

Por siempre permanezca Schoenstatt como fiel instrumento, que os inscriba unidos en el corazón de los hombres: así se destruirá eficazmente el reino de Satanás, y, en el Espíritu Santo se acrecentará la gloria del Padre

Amén.

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