Fragmento del Pregón de la Hermandad de Ntra. Sra. de las Angustias, pronunciado en Estepa por nuestro hermano D. Antonio Rodríguez Crujera, el día 16 de Marzo de 2008, Domingo de Ramos, dedicado a las Hermanas de la Cruz y a su fundadora, Santa Ángela.
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Enfilamos
la calle Antonio Álvarez para pasar por la esquina de Torralba, donde
desde abajo se puede admirar la belleza que ofrece a la vista de todos,
la soberbia panorámica nocturna de la Torre de la Victoria, que
impertérrita, desde la altura saluda nuestro silencioso andar, camino
del convento de las Hermanas de la Cruz.
En ese claustro de caridad, oración y trabajo que hay en la calle de su nombre, mora el espíritu de la madre Angelita (ahora ya Santa Ángela de la Cruz); sí, aquella sevillana del crucifijo al pecho, la monja bajita y negrita -como a ella le gustaba definirse-, ha venido a esperarnos para vernos pasar acompañando a nuestra Señora.
En ese claustro de caridad, oración y trabajo que hay en la calle de su nombre, mora el espíritu de la madre Angelita (ahora ya Santa Ángela de la Cruz); sí, aquella sevillana del crucifijo al pecho, la monja bajita y negrita -como a ella le gustaba definirse-, ha venido a esperarnos para vernos pasar acompañando a nuestra Señora.
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Santa Ángela sabe muy bien que Jesús regresará del mundo de los muertos, al cual no pertenecía; ni ella tampoco.Si bien su figura mortal ha quedado plasmada en el monumento inanimado que hay en su placita; su espíritu inmortal permanece muy vivo, inquieto en cada una de sus hijas, detrás, o en el interior da cada uno de esos hábitos de bayeta parda, que día a día -también con alpargatas, como nosotros-, recorren incansables nuestras calles y las de todos los pueblos y ciudades donde se hallan presentes; ayudando al Jesús que ven caminar por esas calles, hecho hombre en cada enfermo que sufre, en cada persona que pasa hambre o soledad, en ese hombre parado en cuya casa hace falta el jornal para el sustento de cada día, con el que poder mantener a su familia. En definitiva: ellas, las hermanas de la Compañía de la Cruz, hijas de Santa Ángela, ven en las personas más débiles y en las niñas más desprotegidas y necesitadas, al Jesús que predicó la verdadera caridad; aquella de la que el Maestro dijo: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha”.
Esas hermanas, cumpliendo lo que enseñaba Jesús, toman gratis la misericordia, la compasión y la piedad que les han sido dadas, para darlas también gratis a aquellos que nada tienen. Y por eso, obedeciendo esas enseñanzas, les llevan consuelo y socorro al pobre, al enfermo, al moribundo, y a todas aquellas almas que lo necesiten.
Mujeres tan nobles y entregadas en dar su vida para consolar la de los demás, esa noche nos esperan despiertas a horas tan inusuales para ellas. Quieren saludar a nuestra Señora, alabarla, honrarla y hacerle más llevadero su dolor, ofreciéndole sus cánticos que más parecen ser voces angelicales, que mantienen en mutismo a quienes las escuchan en el silencio de la alborada.
Y de las puertas del convento, todavía con los últimos ecos de los dulces salmos metidos en nuestros sentidos, nos vamos envueltos en ese silencio en el que no se oye más que los golpeteos que a cada paso del nazareno, dan los palos del farol contra el empedrado de las calles, haciendo vibrar los cristales de dichos candeleros, que apuran casi al final del recorrido, el corto pabilo de las ceras que con sus trémulas luces alumbran a María, que se acerca ya a la calle La Puente de don Gonzalo.
Fuente: Blog DESDE LA ALCAZABA de ESTEPA
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