viernes, 14 de enero de 2011

María, Madre de Dios y Madre Nuestra

María, Madre Nuestra

Muchas son las advocaciones con las que invocamos a María. La Virgen del Carmen ha sido una de las devociones más populares durante setecientos años. Muchos cristianos se han sentido protegidos por María con el Escapulario. El escapulario es un signo especial de la protección de María, madre y hermana nuestra. El Escapulario del Carmen nos compromete a vivir como María, a ser personas orantes, a estar abiertos a Dios y a las necesidades de los hermanos.

María fue la favorecida de Dios, la llena de gracia. Sabía que el Señor estaba con ella, sentía su presencia. Dios se había fijado en su humildad y cuidaba de ella. Estaba arropada por la fuerza de Dios. No podía temer a nada ni a nadie. María conocía el corazón de Dios, sabía de su infinita misericordia. Por eso, lo alababa y adoraba. Vivía de Dios, con Dios y para Dios.


Concibió y dio a luz a su hijo, el Hijo del Altísimo a quien puso por nombre Jesús, Salvador de cada pueblo y de todos aquellos que creen en él. En su vientre había llevado a Jesús y facilitó que estuviera en su corazón durante toda su vida.


María fue una mujer sencilla. Se ubicó entre los socialmente considerados inferiores, entre los que no tienen ni voz ni voto. Todos los necesitados tenían cabida en su corazón. Sin demora ni tardanza se puso en camino para atender a su pariente Isabel, para llevarle al Dios de la vida, para asistirla y ayudarla.


María tiene muchos títulos. Entre todos ellos, todos hermosos y grandes, sobresale el de ser Madre de Cristo y Madre nuestra. María es Madre de la Iglesia. Como dice Pablo, sufre por ella dolores de parto hasta ver a Cristo formado en cada uno de los creyentes. Ella cuida de sus hijos, como buena madre, durante la vida y en la hora de la muerte. Ella ayuda a caminar con Jesús y a esperar hasta el final.


María estuvo junto a su hijo en todos los momentos de su vida. En las alegrías y, sobre todo, en el momento de la cruz. Lo acompañó hasta la tragedia final del Calvario. Ella, la Dolorosa, también está cercana a nuestras penas y sufrimientos cotidianos. Los pobres, los enfermos, los que sufren, alcanzan de María la fuerza y ayuda para sobrellevar con fe una vida plagada de dificultades.


La historia y la tradición nos han mostrado a la Virgen del Escapulario siempre cercana a todos aquellos que, viviendo momentos difíciles y amargos, han acudido a ella pidiendo su protección.


Llevar el Escapulario de la Virgen del Carmen es ponerse, como ella, un vestido nuevo, el ropaje de la fe, de la alegría...


Sí, hemos sido revestidos de Cristo y, como María, debemos permanecer fieles a Dios hasta el final.


Modelo de todas las Madres

Las Comunidades Humanas. Los Hombres y las Mujeres de muchas naciones, de muchos países, no se olvidan de las madres. No abandonan normalmente el pensamiento, el recuerdo, de aquella mujer que les dio el ser. Por esto celebran el DÍA DE LA MADRE. Lo suelen celebrar un día del Mes de Mayo, aunque también hay otras variedades. Y es que el Mes de Mayo tiene un encanto muy especial. En los países de Europa y en general para todos los países que se encuentran en el hemisferio Norte, el Mes de Mayo trae la belleza de la Primavera, de las flores, de los jardines. Y por todo ello, nos ayuda a recordar a aquella mujer que nos dio la existencia humana, y a la que tanto recordamos todos, los niños, los jóvenes, los mayores, los ancianos, los viudos. La primera palabra que todos hemos aprendido es la palabra: “Mamá”, “Mami”. Es la palabra que decimos con más afecto, con más sentimiento, con más alegría, con más amor.

Es verdad que, en muchas ocasiones, el Día de la Madre se presenta más bien como un día de grandes realidades comerciales. Si Tú, María, paseas un poco por las calles de las grandes y pequeñas ciudades del mundo y miras hacia los escaparates de las tiendas, verás algunas llamadas escritas a la cercanía del DIA DE LA MADRE.


Pero lo importante es el afecto, el amor que tenemos, que experimentamos hacia nuestra Mamá que, en muchas ocasiones, por desgracia, ya ha muerto, ya nos ha dejado.


Las Comunidades Cristianas. En la iglesia también recordamos a nuestras mamás, y rezamos por ellas, y ofrecemos el Santo Sacrificio de la Eucaristía por ella, para que Dios la tenga consigo, dándole el premio que se ha merecido. Esto es lo que suele suceder en las comunidades normales. Por desgracia, como te contaré, María de Nazaret, en algunas ocasiones, las familias se convierten en centro de odio y de violencias.


No es nada raro que los medios de comunicación Social nos den las tristes informaciones de hombres que han asesinado a su querida mujer, a su esposa, a veces a los propios hijos, y también suceden hechos violentos al revés: mujeres que matan a sus esposos, a sus propios hijos e hijas. Y también son muchas, por desgracia, la mujeres, que matan a sus hijos o hijas antes de que nazcan, cuando todavía están en su propio seno.


Los Hombres y las Mujeres Cristianos y Cristianas que quieren seguir el camino que nos señala tu Hijo, Jesucristo, no realizan estas violencias llamadas “Violencias de género”. Y es que todos nosotros tenemos el ejemplo maravilloso, impecable, inmaculado, de una Madre que es la Madre de Dios, la Madre de Jesús de Nazaret, la Madre de toda la Iglesia, la Madre de todos nosotros.


TÚ ERES LA MADRE EXCEPCIONAL. ¡Qué alegría experimento todas las mañanas, cuando abro de par en par las ventanas de mi habitación, miro hacia el universo, contemplo los hermosos templos cercanos, donde está tu Hijo, Jesús realmente presente en la Sagrada Eucaristía y finalmente puedo detener mis ojos sobre una montaña en la que se levanta un hermoso monumento, donde estás Tú, a la que llamamos en esta ocasión. “Señora de la Paz”. Esta imagen, cuando el mundo está sin los resplandores del sol, se ilumina por unos focos eléctricos. Y así puede ser contemplada durante toda la noche, por los que te amamos, Madre.


Tú te mereces todo nuestro cariño. Y yo quisiera expresártelo con estas buenas y sinceras palabras en el e-mail que te envío hoy. Madre, protégenos a todos los que te amamos, protege también a los que te han olvidado. Las madres de la tierra lo hicieron, lo hacen y lo harán, siempre. Porque la gran mayoría las recordamos.


No nos olvides. Te digo una vez más, María, que te amo mucho, y quisiera también expresarte el gran amor que te tienen los hombres y las mujeres que queremos escuchar a tu Hijo, Jesús, y practicar lo que Él nos ha enseñado y nos enseña cada día. Un beso, Madre.



¿Murió la Santísima Virgen María?


Es sabido que la muerte no es condición esencial para la Asunción. Y es sabido, también, que el Dogma de la Asunción no dejó definido si murió realmente la Santísima Virgen. Había para entonces discusión sobre esto entre los Mariólogos y Pío XII prefirió dejar definido lo que realmente era importante: que María subió a los Cielos gloriosa en cuerpo y alma, soslayando el problema de si fue asunta al Cielo después de morir y resucitar, o si fue trasladada en cuerpo y alma al Cielo sin pasar por el trance de la muerte, como todos los demás mortales (inclusive como su propio Hijo).

Juan Pablo II, en una de sus Catequesis sobre el tema, nos recuerda que Pío XII y el Concilio Vaticano II no se pronuncian sobre la cuestión de la muerte de María. Pero aclara que
“Pío XII no pretendió negar el hecho de la muerte; solamente no juzgó oportuno afirmar solemnemente, como verdad que todos los creyentes debían admitir, la muerte de la Madre de Dios”. (JP II, 25-junio-97)

Sin embargo, algunos teólogos han sostenido la teoría de la inmortalidad de María, pero Juan Pablo II nos dice al respecto,
“existe una tradición común que ve en la muerte de María su introducción en la gloria celeste”. (JP II, 25-junio-97)

Se refiere posiblemente a que, como afirma Antonio Royo Marín o.p., la Asunción gloriosa de María,
después de su muerte y resurrección, reúne un apoyo inmensamente mayoritario entre los Mariólogos. (cfr. La Virgen María, A. Royo Marín, 1968).

Los argumentos en favor de la muerte de María los dividiremos: según la Tradición Cristiana (incluyendo el Arte Cristiano), según la Liturgia, según la razón teológica y por la utilidad de la muerte.


1. Según la Tradición Cristiana:


Royo Marín afirma que el testimonio de la Tradición -dice que sobretodo a partir del Siglo II- es abrumador a favor de la muerte de María. Es su afirmación, aunque no da citas al respecto.
(cfr. La Virgen María, A. Royo Marín, 1968).

Inclusive la misma
Bula Munificentissimus Deus de Pío XII (sobre el Dogma de la Asunción), aunque no propone como dogma la muerte de María, nos presenta este dato interesantísimo sobre la muerte de María en la Tradición de la Iglesia: “Los fieles, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores ... no encontraron dificultad en admitir que María hubiese muerto como murió su Unigénito. Pero eso no les impidió creer y profesar abiertamente que su sagrado cuerpo no estuvo sujeto a la corrupción del sepulcro y que no fue reducido a putrefacción y cenizas el augusto tabernáculo del Verbo Divino” (Pío XII, Bula Munificentissimus Deus #7, cf. Doc. mar. #801).

El Padre Joaquín Cardoso, s.j. edita en México en el Año de la declaración del Dogma un librito
“La Asunción de María Santísima”. Y nos refiere lo siguiente sobre la muerte de María en la Tradición:

“Hasta el Siglo IV no hay documento alguno escrito que hable de la creencia de la Iglesia, explícitamente, acerca de la Asunción de María. Sin embargo, cuando se comienza a escribir sobre ella, todos los autores siempre se refieren a una antigua tradición de los fieles sobre el asunto. Se hablaba ya en el Siglo II de la muerte de María, pero no se designaba con ese nombre de muerte, sino con el de tránsito, sueño o dormición, lo cual indica que la muerte de María no había sido como la de todos los demás hombres, sino que había tenido algo de particular. Porque aunque de todos los difuntos se decía que habían pasado a una vida mejor, no obstante para indicar ese paso se empleaba siempre la palabra murió, o por lo menos `se durmió en el Señor\', pero nunca se le llamaba como a la de la Virgen así, especialmente, y como por antonomasia, el Tránsito, el Sueño
.

Son muchísimos los Sumos Pontífices que han enseñado expresamente sobre la muerte de María. Entre éstos, nuestro Papa Juan Pablo II, quien en su Catequesis del 25 de junio de 1997, titulada por el Osservatore Romano
“La Dormición de la Madre de Dios”, nos da más datos sobre la muerte de María en la Tradición:

Santiago de Sarug (+521): “El coro de los doce Apóstoles” cuando a María le llegó “el tiempo de caminar por la senda de todas las generaciones”, es decir, la senda de la muerte, se reunió para enterrar “el cuerpo virginal de la Bienaventurada”.

San Modesto de Jerusalén (+634), después de hablar largamente de la “santísima dormición de la gloriosísima Madre de Dios”, concluye su “encomio”, exaltando la intervención prodigiosa de Cristo que “la resucitó de la tumba” para tomarla consigo en la gloria.

San Juan Damasceno (+704), por su parte, se pregunta: “¿Cómo es posible que aquélla que en el parto superó
todos los límites de la naturaleza, se pliegue ahora a sus leyes y su cuerpo inmaculado se someta a la muerte?”. Y responde: “Ciertamente, era necesario que se despojara de la parte mortal para revestirse de inmortalidad, puesto que el Señor de la naturaleza tampoco evitó la experiencia de la muerte. En efecto, El muere según la carne y con su muerte destruye la muerte, transforma la corrupción en incorruptibilidad y la muerte en fuente de resurrección”.


No es posible, además, ignorar el
Arte Cristiano, en el que encontramos gran número de mosaicos y pinturas que han representado la Asunción de María, tratando de hacernos ver gráficamente el paso inmediato de la “dormición” al gozo pleno de la gloria celestial, e inclusive algunos, del paso del sepulcro a la gloria, siendo asunta al Cielo.

2. Según la Liturgia:


De acuerdo a Royo Marín, el argumento litúrgico tiene gran valor en teología, según el conocido aforismo
orandi statuat legem credendi, puesto que en la aprobación oficial de los libros litúrgicos está empeñada la autoridad de la Iglesia, la cual iluminada por el Espíritu Santo, no puede proponer a la oración de los fieles fórmulas falsas o erróneas.

Y desde la más remota antigüedad, la liturgia oficial de la Iglesia recogió la doctrina de la muerte de María. Royo Marín refiere dos oraciones “Veneranda nobis...” y “Subveniat, Domine...” , las cuales estuvieron en vigor hasta la declaración del Dogma (1950) y recogen expresamente la muerte de María al celebrar al fiesta de su gloriosa Asunción a los Cielos. Las oraciones posteriores a la declaración del Dogma, por razones obvias, no aluden a la muerte.


Así decía la oración “Veneranda nobis”:
“Ayúdenos con su intercesión saludable, ¡oh, Señor!, la venerable festividad de este día, en el cual, aunque la santa Madre de Dios pagó su tributo a la muerte, no pudo, sin embargo, ser humillada por su corrupción aquélla que en su seno encarnó a tu Hijo, Señor nuestro”.

El Padre Joaquín Cardoso, s.j. tiene esto que decirnos sobre la muerte de María en la Liturgia:


“La Iglesia, pues, tanto la Griega, como la Latina, creyeron siempre, no solamente como posible, sino como regla, en la muerte de María, y en las más antiguas Liturgias de ambas Iglesias se encuentra siempre la celebración y el recuerdo de la muerte de María, con el nombre de la Dormición, Sueño o Tránsito de Nuestra Señora. Porque eso sí: si creían que realmente la Virgen había muerto, indicaban con esa denominación, no usada comúnmente para todas las muertes, que la de la Virgen había tenido algún carácter especial y extraordinario, que es precisamente el de su resurrección inmediata y Asunción a los Cielos”.

“Y como dicen los críticos, aun protestantes ... ya en el Siglo VI era absolutamente general la creencia en la Asunción de María, tal cual lo demuestran las antiquísimas liturgias de todas las Iglesias que tienen, al menos desde el siglo IV, establecida la Fiesta de la Dormición de María”.


3. Según la razón teológica:


Iniciamos este aparte con Juan Pablo II:
“¿Es posible que María de Nazaret haya experimentado en su carne el drama de la muerte? Reflexionando en el destino de Maria y en su relación con su Hijo Divino, parece legítimo responder afirmativamente: dado que Cristo murió, sería difícil sostener lo contrario por lo que se refiere a su Madre” (JP II, 25-junio-97).

Cristo, el Hijo de Dios e Hijo de María, murió. Y ¿puede ser la Madre superior al Hijo de Dios en cuanto a la muerte física? Es cierto que la Santísima Virgen María, habiendo sido concebida sin pecado original (Inmaculada Concepción)

tenía derecho a no morir. Pero, nos dice Juan Pablo II: “El hecho de que la Iglesia proclame a María liberada del pecado original por singular privilegio divino, no lleva a concluir que recibió también la inmortalidad corporal. La Madre no es superior al Hijo, que aceptó la muerte, dándole nuevo significado y transformándola en instrumento de salvación. ” (JP II, 25-junio-97)

Y Royo Marín remata este argumento de la siguiente manera:
“Sin duda alguna, María hubiera renunciado de hecho a ese privilegio para parecerse en todo -hasta en la muerte y resurrección- a su Divino Hijo Jesús.”
El Padre Joaquín Cardoso, s.j. dice al respecto: “María Santísima nunca tuvo pecado, por el privilegio de Dios de su Inmaculada Concepción; por consiguiente, no estaba sujeta a la muerte, como no lo estaba Jesucristo; pero también Ella tomó sobre sí nuestro castigo, nuestra muerte”.

Y Juan Pablo II:
“María, implicada en la obra redentora y asociada a la ofrenda salvadora de Cristo, pudo compartir el sufrimiento y la muerte con vistas a la redención de la humanidad”. (JP II, 25-junio-97)

4. Por la utilidad de la muerte:


Dice Royo Marín que la muerte de María nos sirve de ejemplo y consuelo. María debió morir para enseñarnos a bien morir y dulcificar con su ejemplo los supuestos terrores de la muerte. Los recibió con calma, con serenidad, aún más, con gozo, mostrándonos que no tiene nada de terrible la muerte para aquéllos que en la vida han cumplido la Voluntad de Dios.


Y Juan Pablo II también habla al respecto:
“La experiencia de la muerte enriqueció a la Virgen: habiendo pasado por el destino común a todos los hombres, es capaz de ejercer con más eficacia su maternidad espiritual con respecto a quienes llegan a la hora suprema de la vida”. (JP II, 25-junio-97)


El Santo Rosario

El Rosario, una de las devociones marianas más extendidas en el pueblo cristiano, nació según la tradición litúrgica y popular, de una revelación de la Virgen María a Santo Domingo de Guzmán. Santo que lo divulgó con sus predicaciones, dejando encomendada a sus religiosos la propagación del mismo.

Cuenta la tradición que, una noche en la que se encontraba Santo Domingo orando, se apareció la Virgen con el Rosario en Sus manos y le dijo: "Regocíjate Domingo, el remedio para los males que lamentas será la meditación sobre la vida, la muerte y la gloria de Mi Hijo, unida a la recitación del saludo angélico (El Ave María), a través de las cuales el misterio de la redención fue anunciado al mundo. Esta devoción, que debes inculcar en tus sermones, es muy valiosa para Mi Hijo y para Mí. Los fieles obtendrán a través de ella innumerables ventajas y siempre me encontrarán dispuesta a ayudarlos en sus necesidades. Este es el precioso regalo que te dejo a tí y a tus hijos espirituales."

Inspirado por la Virgen, Santo Domingo inauguró la nueva devoción. Desde el primer misterio –la Anunciación del Señor- hasta la coronación de la madre de Dios, el Rosario nos introduce en la historia de la redención. Meditar los distintos misterios es contemplar la Palabra de Dios.



Misterios del Rosario.

Por medio de la Virgen llegamos a Jesús y empezamos a comprender, a la vez, el gran papel que juega María en nuestra Redención. Los misterios del rosario nos acercan más a Jesús por medio de María.

Los misterios que se meditan están agrupados en cuatro (Gozosos, Dolorosos, Gloriosos y Luminosos):

Misterios Gozosos (lunes y sábado)
Los misterios gozosos enseñan que la verdadera felicidad del hombre es la amistad con Dios.
1 -La Anunciación. (Lucas 1, 26-38)
2 -La Visitación de María a su prima Santa Isabel. (Lucas 1, 39-56)
3 -El Nacimiento de Jesús. (Lucas 2, 1-20)
4 -La Presentación. (Lc 2, 21-35)
5 -El Niño Perdido y Hallado en el Templo. (Lc 2, 41-52)


Misterios Dolorosos (martes y viernes)
La vida esta llena de contrariedades y renuncias, cruces y dolores. Los misterios dolorosos te enseñan el valor redentor de estas cruces.
1 -La Agonía en el Huerto. (Lc 22, 39-46)
2 -La Flagelación de Nuestro Señor Jesucristo. (Jn 18, 33-19;1)
3 -La Coronación de Espinas. (Mc 15, 16-20)
4 -Jesucristo, la cruz a cuestas y camino al Calvario. (Lc 23, 26-32)
5 -La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor. (Mc 15, 22-39)


Misterios Gloriosos (miércoles y domingo)
Los misterios gloriosos demuestran que hay una vida eterna, que Jesús vino a la tierra para salvarnos
1 -La Resurrección del Señor.(Mt 28, 2-8)
2 -La Ascensión.(Hch 1, 8-9)
3 -La Venida del Espíritu Santo en Pentecostés. (Hch 2,1-4)
4 -La Asunción de la Virgen Santísima. (Romanos 6, 5)
5 -La Coronación de la Virgen Santísima como Reina de Cielos y Tierra. (Apocalipsis 12, 1)


Misterios Luminosos (jueves)
A través de los misterios luminosos contemplamos aspectos importantes de la persona de Cristo como revelador definitivo de Dios
1 -El Bautismo en el Jordán (cf. Mt 3, 17 par.)
2 -La autorrevelación en las bodas de Caná (cf. Jn 2, 1-12)
3 -El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión (cf. Mc 1, 15), (cf. Mc 2. 3-13; Lc 47-48)
4 -La Transfiguración (cf. Lc 9, 35 par.)
5 -La institución de la Eucaristía, expresión sacramental del misterio pascual (Jn13, 1)


La meditación.

La meditación es parte muy importante del rosario. A medida que se van recitando las oraciones vocales, se reflexiona en los principales misterios de nuestra Redención.

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