miércoles, 5 de octubre de 2011

Estudio Teológico - Pastoral "Domund"

 
Por Juan Manuel Yanes Marrero Delegado
Diocesano de Misiones y Director Diocesano de las OMP
Diócesis de San Cristóbal de La Laguna (Tenerife)

Papa Benedicto XVI escoge estas palabras de Cristo resucitado para la Jornada del DOMUND 2011. Las hace suyas como Vicario de Cristo y como principal responsable de la animación misionera en la Iglesia. Lo hace en la misma línea de la sucesión apostólica, unido al beato Juan Pablo II, que en Novo millennio ineunte alentaba al pueblo de Dios a retomar el empuje misionero de la primitiva Iglesia: “El mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos”. No cabe duda de que el camino de la Iglesia pasa por el hombre, y precisamente a ese ser humano “que busca razones profundas” para vivir y amar es al que hay que anunciarle el Evangelio. En el mensaje de este año encontramos reflejada, una vez más, la necesidad y urgencia de anunciar el Evangelio, como también nos recordaba recientemente el Papa: “Los primeros cristianos han considerado el anuncio misionero como una necesidad proveniente de la naturaleza misma de la fe: el Dios en que creían era el Dios de todos, el Dios uno y verdadero que se había manifestado en la historia de Israel y, de manera definitiva, en su Hijo, dando así la respuesta que todos los hombres esperan en lo más íntimo de su corazón” (VD 92). El Santo Padre nos alienta y nos motiva con razones profundas positivas y entusiastas, con frescura evangélica: no parte de planteamientos negativos o pesimistas, nos anima desde la alegría de la novedad pascual. Benedicto XVI sigue guiando a la Iglesia, como buen pastor, poniendo el acento en lo esencial en su vida y en su misión.
Sugiero unas claves bíblicas, eclesiológicas y unas aplicaciones pastorales que nos pueden ayudar a entender el presente Mensaje y cómo aplicarlo en nuestras Delegaciones de Misiones y en nuestras comunidades. 

1.  CLAVES BÍBLICAS

En la Sagrada Escritura encontramos tres verbos, muy repetidos, que expresan el sentir del corazón misionero de Dios. Las palabras de Jesús escogidas para la presente Jornada del DOMUND reflejan que la misión nace en el corazón misericordioso de Dios, que envía a su Hijo en búsqueda del hombre: “Como el Padre me ha enviado”. Este proyecto primigenio se encuentra reflejado en tres verbos muy frecuentes en la Palabra de Dios y que marcan una línea transversal en toda la Biblia: venir, escuchar y enviar. El “id y anunciad” no se entiende sin el “ven” y “escucha”; llamada y escucha son requisitos necesarios para el envío o la misión. En definitiva, la vocación misionera nace del ir al Señor, del permanecer en su presencia escuchando para ser enviados con su fuerza.

Ven. El Dios amor sale en búsqueda del ser humano para tenerlo muy cerca, manifestarle su amor y proponerle sus planes: “Venid, subamos al monte del Señor” (Is 2,3); “Venid, aclamemos al Señor” (Sal 94,1); “Venid y lo veréis” (Jn 1,39); “Ven y sígueme” (Mt 19,21); “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados” (Mt 11,28).  Sólo desde la intimidad y la experiencia de cercanía en la vida íntima de Dios entenderemos la misión que arranca en su corazón. El amor misionero y encarnado de Dios se nos manifiesta en Jesús de Nazaret, que revela el misterio o proyecto universal de salvación: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4); para ello elige a los apóstoles, los introduce en su querer, los capacita en su intimidad y los envía con la unción del Espíritu Santo: “Los llamó para estar con él y para enviarlos a predicar con poder...” (Mc 3,13ss). Dinámica perenne de un corazón enamorado de Jesús y de su Iglesia, pues, fiel a su maestro, constantemente hay que ir al encuentro del Señor, tal como lo encontramos después del envío de los discípulos: “Volvieron a reunirse con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado” (Mc 6,30).

Escucha. Es una actitud fundamental para aprender la voluntad de Dios; de ahí que el propio credo judío recoja en la Shemá, este valor primordial: “Escucha a Israel” (Dt 6,4), que a su vez encontraremos jalonando las Escrituras: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor” (Sal 94,7-8), “Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios” (Lc 11,28). El propio san Pablo nos dice que la fe entra por el oído; sin la escucha es imposible sentirnos enviados y corresponsables de la misión de la Iglesia con una fe madura y adulta. “El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias” (Ap 2,7).

Ve (Id). Un mandato que fundamenta la experiencia de sentirse enviado en la corriente misionera, proveniente del hondón del corazón misericordioso de Dios: “Vete a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12,1), “Vete a Egipto” (Ex 3,10), “Id al mundo entero y predicad” (Mc 16,15). El ser “para las gentes” es principio dinamizador del espíritu misionero que envolvía a Jesús y que él regala a la Iglesia: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20,21). Ir a la misión no por cuenta propia, sino confiando en la fuerza del Espíritu Santo y en comunión con la Iglesia; sabiendo, como nos dice Benedicto XVI en el Mensaje que estamos comentando, que “llevamos en vasijas de barro nuestra vocación cristiana, el tesoro inestimable del Evangelio, el testimonio vivo de Jesús muerto y resucitado, encontrado y creído en la Iglesia”. Por lo tanto, el “así os envío yo” no se entiende sin conocer y convivir con quien envía y sin reconocer que somos administradores de Alguien que nos precede; él es “el dueño de la mies” y el protagonista de la misión. Como administradores, nos toca ser fieles: ir y estar, conocer y escuchar, y partir con alegría.

2. CLAVES ECLESIOLÓGICAS

La Iglesia, servidora de la humanidad. La Iglesia se siente un instrumento de unidad con Dios y con todo el género humano, donde Jesús ha depositado su Evangelio para que sea anunciado a todos los hombres, situados históricamente en un tiempo, en un espacio y en una cultura concreta. La Iglesia presta este servicio sembrando la buena semilla del Evangelio en el corazón de los hombres y los pueblos, donde comienza a echar raíces, hasta que se hace planta adulta, dando frutos misioneros y evangelizadores, saliendo de sí misma para ir al encuentro de los demás, dando gratis lo que ha recibido gratis. La alegría y el gozo de la Iglesia es anunciar a Cristo, Salvador de todo el hombre y de todos los hombres, y, siendo fiel a esta tarea, ella se unifica, se fortalece y se renueva en la originalidad y frescura de de los tiempos apostólicos. No debemos quedarnos sentados en los caminos de la Historia, cansados por el peso de los siglos; al contrario, debemos volver al “amor primero” y a la ilusión de los primeros días de Pascua, pues “la misión de Cristo Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse. [...] Una mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los comienzos” (RM 1). Ante la búsqueda, muchas veces inconsciente, sobre el sentido para sus vidas de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo, los cristianos debemos “correr hacia nuestros hermanos, para llevarles el gran anuncio: «¡Hemos visto al Señor!»” (NMI 59).

En el Nuevo Milenio. La Iglesia, que por naturaleza es misionera y que debe constantemente ir al Señor, escuchar al Señor y partir desde el Señor, ha comenzado a caminar con los hombres del nuevo milenio para descifrar los signos de los tiempos y poder dar a la humanidad respuestas a sus interrogantes y consuelo a sus tristezas, mediante la proclamación de la Buena Noticia del Evangelio: “La Palabra de Dios es la verdad salvadora que todo hombre necesita en cualquier época” (VD 95). Los “cambios profundos y acelerados” (GS 4-5) que estamos viviendo en estos años del nuevo siglo no deben paralizarnos, pues la historia nos enseña que, en etapas cruciales y convulsas, la Iglesia ha sabido ser creativa, especialmente con la vida y el testimonio de tantos santos, muchos de ellos significativamente misioneros: santa Teresita del Niño Jesús, san Francisco Javier, los que serán canonizados en la Jornada del DOMUND 2011 (Guido María Conforti, Guanella y Bonifacia Rodríguez). Fijémonos también en los fundadores de las OMP y en tantos otros testigos de la misión.

La nueva evangelización. El Santo Padre insiste en esta iniciativa que ya Juan Pablo II propuso a finales del siglo pasado y que hoy se ha vuelto más actual; prueba de ello es el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, recientemente creado, o el tema del próximo Sínodo. Nos encontramos no solo con gente que no conoce a Cristo porque nadie jamás se lo ha anunciado –tanto en otros territorios, como también cerca de nosotros, pues las fronteras de la misión hoy no son solo geográficas–, sino que también en territorios de antigua cristiandad hay muchos hombres y mujeres que no tienen una fe adulta, no han sido correctamente evangelizados o no viven de acuerdo con la fe que dicen tener, aunque repitan externamente algunas prácticas de culto o piedad; otros ignoran los elementos básicos de la fe, o bastantes viven como si Dios no existiera; muchos son alejados o no cercanos. Hay también personas buenas, con valores evangélicos, que quizás en algunos momentos, vivieron la fe conscientemente, pero que hoy, metidos en los afanes de este mundo, no la cultivan y han descuidado su formación, se han abandonado o adormecido, y ellos mismos lo expresan así: “por dejadez”. Por lo tanto, misión universal y nueva evangelización son elementos de la única misión de la Iglesia. “La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal” (RM 2).

3. ALGUNOS SUBRAYADOS DEL PAPA

Desde el encuentro con Cristo resucitado, celebrado en la liturgia. Si la liturgia “es fuente y culmen de la vida cristiana” (SC 10), el Santo Padre nos recuerda que la contemplación y el encuentro con el Señor a través de la celebración litúrgica supone una renovación de las fuerzas misioneras. A la celebración venimos “del mundo” para ser enviados “al mundo”, para ser testigos del encuentro con el Resucitado. Estar en el mundo, sin ser del mundo, para transformar el mundo es una convicción profunda que trabajar y fortalecer, sabiendo que la fuerza misionera del Resucitado se renueva en la escucha de la Palabra, en la oración, en la “fracción del pan” y en el compartir de la vida comunitaria: “El impulso misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial” (VD 95). Encontrarse con Cristo en la liturgia supone dar primacía a la iniciativa de Dios, a la gracia, frente a las puras estrategias humanas; buscar a Cristo en la liturgia es confiar en la fuerza que él da; ya los apóstoles fueron advertidos para que no comenzaran la evangelización sin la unción del Espíritu Santo: “Quedaos en la ciudad hasta que os revistáis de la fuerza que viene de lo alto” (Lc 49). Creo que en nuestros tiempos tenemos la tentación de caer en cierto “pelagianismo” enfrascados en “burocracias pastorales”: reuniones, papeles, organismos...; quizás andamos envueltos en la sociedad del bienestar, que nos acomoda y nos aleja de nuestra identidad cristiana y misionera sin exigirnos el dejarnos llevar por el “Espíritu” y no por “la carne”, olvidándonos de que el protagonismo lo tiene Cristo, el Buen Pastor, que guía a la Iglesia con el aliento del Espíritu Santo. Los medios humanos son necesarios, pero la primacía la tiene la gracia de Dios: “En Jesús (Eucaristía) encontraréis la fuerza para hacer de vosotros mismos, siguiendo su ejemplo, un don para la humanidad” (Benedicto XVI en Mestre, el pasado 8 de mayo).

Todos corresponsables. Todos los bautizados, “llamados a la santidad y a la misión” (RM 90), hemos recibido el don del Evangelio para difundirlo y regalarlo también a los demás, y por ello hay que transmitirlo con alegría, con una espiritualidad de comunión, sabiendo que no es tarea delegable a unos cuantos. Cada cristiano es luz, sal y levadura allí donde está ubicado y en diálogo con todo hombre sediento de felicidad y de verdad. También de manera asociada, aunando esfuerzos. “En realidad cada cristiano debería hacer propia la urgencia de trabajar por le edificación del Reino de Dios. Todo en la Iglesia está al servicio de la evangelización: cada sector de su actividad y también cada persona, en las varias tareas que está llamada a realizar. Todos deben ser partícipes de la misión ad gentes: obispos, presbíteros, religiosos y religiosas, laicos” (Benedicto XVI, Mensaje a la Asamblea de las OMP, 2011).

Siempre y en todo. Los cristianos y las comunidades cristianas deben tener presente que el dinamismo misionero debe fluir constantemente y no de “una manera ocasional y esporádica”. La vocación misionera configura todo el ser del cristiano y no debe limitarse a acciones o eventos aislados. La dimensión misionera de la fe debe teñir o colorear todas las acciones y quehaceres eclesiales: “De manera constante, como forma de vida cristiana” (Mensaje DOMUND 2011).

A todos los hombres y todos los pueblos. Cristo ha venido a salvar a todos los hombres en su doble vertiente: espiritual y material. El anuncio sanador y salvador del Evangelio debe cuidar la oración, la catequesis y las celebraciones sacramentales, pero debe ir unido, además, como misión de la Iglesia, a la mejora “de las condiciones de vida de las personas en países en los que son más graves los fenómenos de pobreza”: desnutrición, enfermedades, carencias en la educación... También es esencial procurar el bien integral de la persona: “Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón de los discípulos de Cristo” (GS 1), procurando condiciones de libertad, justicia, paz y promoción humana. “La Iglesia ha de ir hacia todos con la fuerza del Espíritu” (1 Cor 2,5), buscando la gloria de Dios: “Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (Sal 66,4).

Con unos desafíos. Vivimos en una nueva época, a la que hay que mirar con los ojos de Dios. Hemos de mirar este mundo nuestro con una mirada positiva: “Tanto amó Dios al mundo... que le envió a su Hijo... para salvarlo” (Jn 3,16ss), y se ha de caminar con los demás descubriendo las huellas del amor de Dios en el corazón de los que nos rodean y en los ambientes donde nos movemos. El Espíritu Santo se ha derramado en toda la creación, con lo cual, se debe valorar lo que de bueno existe a nuestro alrededor como preparación al anuncio evangélico, pero también con unos ojos realistas que descubren un mundo secularizado y globalizado donde priva la sociedad de la información. Tiempos nuevos, marcados, nos dice el Papa, por el relativismo y la exaltación de “la búsqueda del bienestar, de la ganancia fácil, del logro profesional y del éxito como finalidad de la vida, incluso en menoscabo de los valores morales”.
El Santo Padre, una vez más, confirma a la Iglesia en su fe misionera y en su deber de anunciar el Evangelio como elemento esencial de su misión, y nos recuerda que este ejercicio es fuente de vida eclesial, ya que “¡la fe se fortalece dándola!” (RM 2). La misión es necesaria en la Iglesia por dos razones: a) porque se fortalece y se renueva interiormente, y b) porque debe salir al encuentro de la humanidad para ser fiel a su Maestro. La Jornada Mundial de las Misiones, precisamente inserta al inicio de cada curso pastoral, puede servir de motivación misionera en todas las actividades pastorales en los distintos ámbitos eclesiales. El DOMUND es una oportunidad anual de revisar la vida misionera de la Iglesia a todos los niveles y de renovar el entusiasmo misionero en fidelidad a la identidad de las OMP.  Al finalizar este comentario, a la luz del Mensaje que el Papa nos regala para esta próxima Jornada del DOMUND, que nos motiven nuevamente las palabras de Jesús escogidas como lema: “Así os envío yo” (Jn 20,21). 

Fuente: Domund

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